Nuestra estancia en Phuket fue vista y no vista. Nada más aterrizar cogimos un taxi, que bien podría haber sido uno de los actores de Fast & Furious e hicimos noche. El tío de la recepción era exactamente igual que el amigo gordo de Novita pero tenía una una voz de pito increíble, costaba no reirse al hablar. El chaval estaba tomándose como un batido con hielo para refrescarse con tanta ansia que se le caía en la camiseta. Nos hizo esperar 3 minutos sin exagerar hasta que se lo terminó, mientras nos explicaba, con una gota de sudor en la frente, que no le estaba refrescando lo suficiente. Allí dormiríamos 5 horas antes de salir en taxi hacia el puerto a las 7.30 de la mañana para coger el speedboat rumbo a Koh Lipe. Bea no quería coger un tuk tuk porque le dolía el cuello todavía y claro, el tuk-tuk es más incómodo cuando pega algún que otro bote inesperado… muy sensata ella.
Digo esto porque minutos más tarde, nos vimos a unos 150 km por hora en el puto speedboat, con dos motores de 225 cv cada uno, dando unas ostias contra el agua que nos descolocó todo los huesos y músculos que tanto habíamos cuidado a base de masajes en Chiang Mai. Había gente que decidió ponerse de pie para evitar los impactos. Se nos saltaban las lágrimas, fruto de la risa, los nervios y puede que a Bea un poco del dolor. La verdad que no fue una experiencia agradable y que tuvimos que padecer durante una hora, antes de hacer un transbordo a otra lancha, ésta más grande y en la que aquí sí pudimos disfrutar del paseo. Me acordé de mi madre, o de los momentos en los que yo he estado mal de la espalda. De verdad os digo que no habría durado ni 1 minuto antes de hacer parar la lancha y tirar al tío por la borda.
Los paisajes que vimos no se pueden explicar con palabras. Creo que de imaginarme el paraiso sería algo así. No sé en cuantas islas paramos a recoger y soltar gente antes de llegar a la nuestra, que da casi con Malasya. ¡Daban ganas de bajarse en todas y cada una de ellas! A medida que nos acercábamos a una, nos mirábamos en plan “como sea esta hemos triunfado”. Independientemente de la isla que se escoja creo que, por lo que vimos, todas serían un acierto.
Tras 5 horas en lancha, llegamos finalmente a nuestro destino. Koh Lipe no defraudó. Habíamos reservado en lo que sería el mejor hotel hasta el momento, Mali Resort. Una pedazo cabaña, con la mejor cama en la que jamás hemos dormido, terraza y un baño al aire libre donde nos daríamos unas duchas memorables. Era una sensación rara porque estás en pelotas sin un tejado que te cubra, pero sabiendo que en principio otros huéspedes no tienen manera de verte. Curiosamente el retrete también estaba fuera, lo cual hacía las cagadas nocturnas bajo tormentas (que no fueron pocas, ya me conocéis) muy divertidas.
El mar tenía infinidad de tonalidades en el horizonte pero al mismo tiempo era transparente. La arena blanca y los parajes verdes de fondo invitaban a pasear eternamente. No dudamos en adentrarnos en el mar para, con nuestras gafas y snorkel, divisar decenas de tipos de peces, corales y erizos. Conseguimos ver hasta a Nemo y su familia. Todo esto a menos de 10 metros de la orilla. ¿Es esto real, o estoy soñando? Intentamos hacer fotos y vídeos de todo, necesitaba compartir esto con vosotros. ¿Cómo es que no habíamos venido a Tailandia antes? Entre corales, erizos y peces, salió una serpiente marina (que no culebra) que Bea pilló con la go pro. La muy puta se movía por el agua que era imposible predecir sus movimientos. Sensato de mi, me alejé de la posición, mientras que Bea la perseguía buscando el mejor plano. Se me oye en el video (aunque no se me entiende) los gritos de “que no sabes si pica!” con la idea de que Bea saliera de ahí… yo no se de donde ha sacado esa locura, insensatez o lo que sea pero me hizo quedar de cagón. Ahí adquirió el mote de Llamas de la Jungla.
Koh Lipe tiene básicamente 3 playas. Pattaya, donde nos alojamos los dos primeros días. Sunset beach, donde fuimos aver una de las puestas de sol más bonitas que recuerdo y Sunrise beach, recomendada para ver el amanecer (que no vimos) y dónde pasamos nuestros dos últimos días, concretamente en el Castaway Resort. Este resort no era tan lujoso como el primero, pero también tenía mucho encanto. Desayunar por las mañanas con la orilla de fondo mientras escuchas romper las olas es una sensación que valoras cuando dejas de vivir en ciudades con playa… ¿Y si nos quedamos a vivir aquí y montamos un negocio? ¿En qué momento la gente que había allí lo había decidido? ¿Por qué no me atreveré yo a hacer algo así? Pasamos los días tomando el sol, bebiendo cocktails y paseando. No sé cuantas puestas de sol vimos, pero creo que es algo de lo que no me cansaría. O quizás sí, el ser humano es así. También enseñé a Bea a jugar al poker, y he de reconocer que me metió en la boca. Me hizo un farol, teniendo yo pareja de Reyes que jamás olvidaré. No tenía piedad, aún haciéndole un all in, me quería seguir metiendo fichas. Hay que tener cuidado con ella, está muy loca, en serio.

Sunrise Beach. La punta
Así fue como recargamos las pilas antes de partir para Krabi, concretamente a Railay Beach. Me enteré antes de ir de que es la playa a la que Dani Rovira fue en “Planeta Calleja” unos meses atrás. Lo cierto es que llegamos a Krabi sin hotel, así que improvisamos y decidimos ir directamente a Railay y buscarnos la vida. En el puerto donde cogimos la barca, conocimos a 3 madrileñas muy buena gente. Nada más llegar a Railay, nos sentamos en la terraza del bar de un hotel a tomar una cerveza mientras buscábamos hotel con el móvil. Una, dos, tres… nos acabamos colocando y resultó que el hotel en el que estábamos bebiendo era el más barato de la isla, ¿destino? Puede… Comprobamos precios via Tripadvisor y consultamos en recepción. Hicimos la reserva por Internet, que salía más barato. Al final resultó que no tenían disponibilidad de la habitación que habíamos contratado así que nos dieron una superior, triunfada. Nos dimos un bañito en la piscina para que se nos pasara la rápida resaca de las cervezas, cenamos y nos bebimos un cocktail mientras enseñaba a Bea a como realmente jugar al Jenga, era el momento de la venganza.
Railay beach es conocida como la playa de los escaladores, por sus magníficos acantilados, lo que hace las vistas expectaculares. Es ese contraste lo que realmente nos impactó. Eso, y el hotel al que nos fuimos la mañana siguiente y al que nos invitaron mis padres como regalo de santo. El mejor hotel en el que he estado en mi vida. Su nombre, Sandsea Resort. Una cama que no sabría decir si es más ancha que larga (Bea no alcanzaba de una punta a otra.. ¡aunque tampoco eso es muy dificil!) un baño que se comunicaba con el salón, una enorme terraza y unas vistas de la playa desde las tumbonas de la piscina que cuesta describir. Ese paraíso sería la última parada antes de volver a la realidad. No pudimos sacarle más provecho. Más sol, comida, cerveza y batidos de sandía.
El último día lo reservamos para ir a uno de los sitios más bonitos que recuerdo, el mirador. Para ello hay que hacer una pequeña escalada. Lo que resultó relativamente fácil de subir, resultó bastante complejo de bajar. Cualquier tropiezo o resbalón ahí provocaría una caída mortal sin duda alguna. Eso sí, las vistas que nos esperaban, merecían bien la pena. Desafortunadamente los problemas de cuello de Bea le impidieron subir, al final va a resultar que la mierdecilla de la relación ¡no soy yo!
Por el camino nos acompañaron monos, vimos estalactitas y hasta llegamos al santuario de los penes, una cueva llena de cipotes de todos los tamaños y colores. Pensamos que es una manera de rezar por un aumento del tamaño medio del pene en Asia, aunque otros dicen que tiene que ver con la fertilidad, teoría mucho más aburrida que la nuestra claro. Allí conocimos a otra pareja de españoles, éstos estaban dando la vuelta al mundo y también viven en Londres… envidia sana… Pasamos el resto del día de forma muy agradable con ellos e intercambiamos mails y facebook para mantener el contacto ¡igual cuando vuelvan tenemos compañeros de aventura!
Había que cerrar todo a lo grande, así que nos fuimos ver un combate de Muay Thai en un bar (The last bar, porque estaba al final de la calle, muy original…). Habíamos quedado con las madrileñas a las que conocimos en el puerto y la verdad que fue expectacular. Nos bebimos unos cocktails e hicimos unas apuestas entre nosotros. Uno de los boxeadores tenía una importante mancha en la espalda, que bautizamos como la marca de la muerte así que aposté en su contra y disfrutamos de las leches que se dieron. Esa gente está loca. Unos tíos que podrían pesar 10 kilos y con unas tabletas de chocolate que no se parten ni con un martillo. Tras el show, un espectáculo de fuego en primera línea. No era suficiente con los 40 grados que podría hacer por la noche. Así es como acabó el mejor viaje de nuestra vida.
Tocaba volver a Bangkok para desde ahí volar a Londres. Lo más parecido a ir de mochileros que hemos hecho fue el no tener un transporte reservado de Krabi al aeropuerto. Negociamos con una tía que tenía una especia de agencia cutre el precio para un taxi al aeropuerto, y resultó traernos un autobús de unas 55 personas vacío para nosotros sólos… eso os puede hacer una idea de lo mal que debimos negociar el precio para que a esa gente le saliera aquella operación rentable. £8 libras por 40 minutos en un autobús privado jaja.
Tras el viaje, aterrizamos en Bangkok. Habíamos reservado un hostal que estaba estratétigamente localizado cerca del aeropuerto, algo barato para pasar la última noche. No necesitábamos gran cosa, algo cómodo, sencillo y bien localizado. Pero eso no fue lo que nos encontramos. Resultó ser un hostal de malamuerte. La habitación estaba llena de mierda: restos de comida en las mesillas de noche, pelos en la cama, mierda por doquier y un baño en el que si te duchabas, cogerías todas las infecciones habidas y por haber. Prácticamente la totalidad de los muebles estaban rotos y en las paredes había como excrementos de insectos no identificados. A Bea le dio un ataque de asco que intentó disimular. Decidimos ir a hablar con el tío de recepción para solicitar un cambió de habitación. El chaval, algo sorprendido, cogió otras 3 llaves y nos acompañó para ver otras habitaciones. He de reconocer que estaban “algo más limpias” lo cual no evitaba seguir catalogadas como asquerosas. Era tal el estado de las habitaciones que decidimos buscar otra cosa mientras cenábamos en el hotel y nos breaban los mosquitos.
Lo peor estaba por llegar. El tío del hotel nos llamó a un taxi para que nos llevara a nuestro nuevo alojamiento. No sé cual de mis teorías será la adecuada: O se trataba de un taxista drogado, o era un ex presidiario o un taxista kamikaze. Lo mejor que nos podía pasar era que fuera un ex-presidiario, éste al menos podría temer por su vida, pero creo que estábamos en una mezcla entre la primera y la tercera opción. Llegamos a coger los 170km/h en una carretera llena de coches a los que pasábamos por la izquierda y por la derecha. Creo que hasta le dio al botón del nitro para meterle el turbo. Adelantamos a un par de aviones que sobrevolaban Bangkok y se saltó un par de líneas continuas para entrar en la autovía, maniobra que casi le cuesta la vida a un motorista que tuvo que esquivarlo con un volantazo. Miré para atrás para ver si estaba bien y pude ver sus aspavientos con las manos, lo cual provocó la risa del taxista asesino. Empecé a emparanollarme, ¿qué coño le pasa a este tío? ¿y si el del hotel le ha dicho que se deshaga de nosotros para que no dejemos una mala revisión en tripadvisor? ¿A dónde coño nos lleva? Una vez salió de la autovia me pareció ver como se saltaba nuestro hotel, así que se me ocurrió decir el nombre del hotel en voz alta para que se diera cuenta de que éramos conscientes de que se había saltado nuestra parada. Lamentablemente allí no hay cambios de de sentido como en España, así que intentó dar la vuelta cruzando la mediana justo cuando venía un coche en dirección contraria. Un gritó de Bea hizo que pisara el freno y evitar así el accidente. Nuevas risas del taxista. ¿Y si le meto una hostia en la cabeza y se la rompo contra la ventanilla? pensé. Seguro que no lo hago con la suficiente fuerza como para dejarlo inconsciente y acaba con mi vida… Nuevo intento y esta vez sí que da la vuelta con chirrido de ruedas incluido. Así es como llegamos al hotel. Bea salió de allí con un ataque de mala leche que empezó a insultar al taxista, el cual, nos pidió más pasta de la que marcaba el taxímetro. Una nueva aventura sub-real que dejó a Bea con un ataque de nervios, a mi con una cara de gilipollas y al taxista, ni con una multa por exceso de velocidad.
Gracias a Dios, el nuevo hotel estaba limpio e incluía servicio de transporte al aeropuerto. Podríamos vivir para contarlo, pero igual necesitamos de nuevo unas vacaciones para superar ese episodio de estrés. Ya os contaremos nuestro próximo destino…
Grande Sergio!! Me he partio el culo varias veces.
Nosotros haremos algo parecido en 2 semanas. A ver como nos va 🙂
Un abrazo!