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Un año ha pasado ya desde que hice las maletas rumbo a Inglaterra. Echo la vista atrás y parece que fue ayer, aunque cuando me pongo a pensar en todas las experiencias vividas, la sensación es que han pasado diez.
Haciendo balance
Haciendo balance veo como he mejorado el nivel de inglés que traía y ya tengo en el bolsillo un examen que siempre me quise sacar, el FCE. He sobrevivido a otro país, me he defendido en otro idioma y he salido de los bajones que supone estar lejos de casa. He conocido a más gente que la que conocí durante 3 años en Madrid. Puedo volver a decir que he hecho nuevos amigos, que me he encontrado con antiguos y hasta he visto como otros se casaban e incluso tenían niños. Volví a valorar la sensación de tener días libres, de no ir a trabajar, pero me ha dado tiempo a volver a despreciarlos. He vivido mirando por el último céntimo, sin despilfarros, habiendo salido a cenar una noche fuera en todo un año. También he gastado cuando han surgido oportunidades que consideraba irrepetibles; así es como pude seguir conociendo mundo y ver como España ganaba la Eurocopa en directo. He convivido por primera vez en mi vida con mi pareja. Me he visto en uno de mis mejor momento físicamente hablando y en uno de los peores, como si fuera un acordeón. Me he mantenido en contacto diario con mis seres queridos aunque también lo he perdido con gente que consideraba cercana. He visto como mis ahorros se reducían de forma alarmante. He madurado, he crecido, he cambiado. Pero sin duda, de lo que más me alegro es de NO haberme arrepentido de la decisión que tomé viniéndome a la isla. He asumido el riesgo y me he enfrentado al miedo.
                                                                  Enfréntate al miedo
Nada de esto me hubiera pasado si no me hubiera enfrentado a él. Así es como he acabado en Londres, por miedo. Una ciudad en la que en la mañana siguiente a mi llegada tuve que dejar pasar  7 metros para entrar porque no cabía ni a empujones, y en la que tras entrar y sentirme como sardinas en lata, vi como un tío se quitaba la mochila y sacaba un libro para leer media página y bajarse en la parada siguiente. Un ciudad en la que la gente va como zombies amargados al trabajo, donde no se ve una sonrisa a las 8 de la mañana. Una ciudad que a priori no está hecha para mí.
Ejemplo del metro de Londres? bueno algo parecido…
 Nunca he querido vivir aquí, es la única ciudad que descartaba desde el principio puesto que las veces que había estado me había agobiado y me había transmitido una sensación de inseguridad que no podía soportar, pero es donde a priori está el trabajo, y eso me jodía. Desde pequeño he intentado hacer las cosas que quería aunque me dieran miedo puesto que era la única manera de que se me quitara. Gracias a eso me he ido dando cuenta de que las cosas no son como uno cree y de que siempre tendré miedo a lo desconocido hasta que me enfrente, el problema está en que ese miedo te impida dar el paso de hacer lo que te gustaría…o lo que necesitas hacer para sobrevivir o mejorar tu situación en la vida. Vivimos rodeado de retos y oportunidades y sólo depende de nosotros el enfrentarnos y aprovecharlas o el asustarnos y cruzarnos de brazos.
                                                               Y tu, aceptas el reto?
Tras más de un mes aquí, ya puedo decir que Londres no es tan malo como pensaba, o quizás es que he cambiado para hacerme a la ciudad. Lo que yo veía como una inmensa ciudad se ha convertido en muchas ciudades pequeñitas con encanto que conforman la capital y que se hace vida en una de ellas. Sigo pensando que no es la ciudad de mi vida pero al menos no la odio como antes.
Esta es mi reflexión, estos son mis pensamientos y así es como ha llegado el momento de enfrentarme al último miedo, buscar trabajo “de lo mío”. Hace justo un año llegué con este objetivo y muy a pesar ya ha llegado el momento. Veremos a ver si este último año me ha aportado lo suficiente como para superarlo, os tendré informados.
Llegó la hora de trabajar