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Port Barton, la verdadera esencia de Filipinas

Port Barton, la verdadera esencia de Filipinas

Cuando hicimos la planificación de la isla de Palawan, y pese a la fama de El Nido, lo cierto es que nos habían hablado maravillas de Port Barton. Nos hablaron tan bien que decidimos dedicarle el mismo número de días que a El Nido, y si me preguntaras ahora, ¡creo que nos quedamos cortos!

Port Barton es un pequeño pueblo a medio camino entre Puerto Princesa y El Nido. Pese a encontrarse a 166km, las malas carreteras hacen que el trayecto medio dure unas 5 horas.

Nos plantamos en la estación de autobuses, dónde la responsable de la línea de autobuses con la que íbamos nos recogió el ticket sin mencionar una palabra ni esbozar una sonrisa. Le confirmé el destino al que nos dirigíamos, para evitar confusiones, y se limitó a asentir con la cabeza y a señalar el asiento que debía tomar en la estación.

Como los niños buenos ahí que me senté, pero era tal el calor que hacía que me levanté para simplemente caminar de un lado a otro, buscando provocar una pequeña brisa que nunca existió.

El que se suponía iba a ser nuestro conductor, cogió nuestras maletas y las metió en el maletero de una de las furgonetas. Me acerqué para repetir el destino al que nos dirigíamos y volvió a asentir con la cabeza. Fue entonces cuando nos sentamos dentro, buscando los mejores asientos. La furgoneta no estaba encendida, por lo que nos quedamos ahí sin aire todo lo que pudimos, junto con dos jóvenes de Holanda que ni saludaron al entrar. Aquello tenía pinta de ser un viaje entretenido. Cuando el conductor se dio cuenta de que estábamos ahí como cerdos encerrados, soltó su primera palabra “Sorry” y encendió el aire. En aquel momento me pareció el mejor invento en la historia de la humanidad.

Tras esperar cerca de 40 minutos, y sin ningún otro pasajero, arrancamos. No me lo podía creer, sólo 4 personas en una furgoneta con capacidad para 11, ¡que alegría! A los 15 minutos paramos, y nos pidieron que nos cambiáramos de furgoneta. Genial. Eramos cuatro y teníamos que entrar en una que tenía 3 plazas libres, una de ellas justo al lado del conductor, con la palanca de cambios prácticamente entre las piernas. Todos los pasajeros que estaban dentro, tendrían que haber salido hacía hora y media por lo que estaban todavía de peor humor de lo que podríamos estar nosotros con el retraso y el cambio de furgoneta. Conseguimos entrar, y como sardinas en lata empezó la ruta. O mejor dicho el rally.

Nuestro conductor, que debió entender la frustración que se palpaba en el ambiente debido al retraso, pisó el acelerador y empezó a conducir como si Carlos Sainz se tratara, consiguiendo fulminar el record mundial: se hizo El Nido a Port Barton en menos de 3 horas con cerca de media hora de parada para descansar.

En tan poco espacio de tiempo creo que ví a San Pedro unas diez veces, y Bea que iba al lado del conductor seguramente lo vio veinte. Si existiera el carnet por puntos en Filipinas yo creo que ese tio estaría en negativo, prácticamente como Alberto en el comunio. Adelantamientos con cambio de rasante y en curvas cerradas era la norma con aquel suicida. Hubo tramos donde sinceramente creo que la furgoneta se elevó del suelo, y en al menos cuatro ocasiones mi cabeza chocó con el techo de la furgoneta. La risa nerviosa pasó a frustración, y la frustración a enfado. Pensé en meterle un grito, pero por otro lado temí que eso empeorara la situación. No me preguntéis como, pero conseguimos llegar a Port Barton.

En la parada, conocimos a Alicia y Denis, una pareja que vive en Dublín y con los que nos intercambiamos los teléfonos para estar en contacto en esos días.

Al bajar del autobús, nos llevaron a una oficina cutre donde tuvimos que pagar 50PHP de enviromental fee. Algunos se negaron a pagarla. No cool.

 

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Cuando fuimos a hacer el checkin, le mostramos la reserva que habíamos hecho con Agoda y empezaron a ponernos problemas: que ya no trabajan con ellos, que han pedido no se cuantas veces que les quiten de la web… Educadamente le hicimos entender que no teníamos otra opción y que el pago ya estaba hecho por lo que nos diera habitación… no sé porque nos soltó ese rollo, por que nos acabó dando la habitación sin decir mucho más. Dejamos las maletas y fuimos directos al restaurante del hostal para reponer fuerzas, 45 minutos más tarde cayó la mundial. Fue tal la manera de llover que nos entró la risa tonta. Ahí estábamos, metidos en una pequeña cabañita de bamboo, que empezó a calar por algunas zonas menos donde nosotros estábamos sentados. En cuestión de segundos se inundó los pasillos que tenía que recorrer la camarera para traernos la comida a la mesa, aunque eso no le quitaba la sonrisa.

Viendo que aquello no iba a parar, decidimos salir corriendo a la habitación y echarnos la siesta de todas las siestas.

Para cuando amanecimos ya se había despejado, como si de otro día se tratara, así que escribimos a Alicia para ver si quedábamos para unas cervezas y nos fuimos a contemplar el atardecer en aquella preciosa playa.

Durante nuestro paseo por la orilla, nos cruzamos con algunos niños que nos recordaron lo fácil que es sonreir y que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Lecciones de vida por los más pequeños, de esas que no se olvidan.

 

Cuando el sol se escondió, y obligados por los mosquitos que salieron de su escondite, decidimos volver hacia el hotel, y fue entonces cuando nos cruzamos con Alicia y Denis. Fue ahí dónde fuimos conscientes de lo pequeño que era el pueblo. Habían reservado un tour privado para el día siguiente, con un pescador primo del dueño del hostal en el que se estaban quedando, así que nos apuntamos con ellos. Ya que el destino nos había unido, nos fuimos directamente a tomar una cerveza, que se convirtieron en dos botellas.

Es increíble la cantidad de gente interesante que te encuentras por el camino. Pero es más increíble todavía, la de similitudes e inquietudes comunes que encuentras con gente totalmente desconocida. Son esas conversaciones y lazos que te unen, que hacen que la relación se convierta en super especial en cuestión de minutos.

Pasamos de las cervezas a la cena. Una pizzería de una española dónde encontramos las pizzas más grandes que recuerdo haber visto. Al sentarnos para esperar la comida, dimos con otra pareja de españoles: un canario Humberto, y una granaina adoptada en Canarias, Bea. Seis desconocidos españoles, comiendo pizza en Port Barton, que en cuestión de dos horas se habían hecho amigos inseparables durante los dos días que duraría nuestra estancia en ese pueblo de cuatro calles, que pese a tener electricidad sólo durante seis horas al día, estaba lleno de magia.

Nos fuimos a la cama y aprovechamos para cargar los móviles durante las escasas horas en las que teníamos luz.

Era la noche de las semifinales de Champions. Un Real Madrid vs Atleti que no me creía me fuera a perder. Comprobé como la señal de internet no era lo suficientemente fuerte como para ver un partido en directo, de hecho, no conseguía ni abrir el Facebook. Desistí, y me tumbé, aunque no llegué a conciliar mucho el sueño. A eso de las 3 y media de la mañana, volví a abrir el ojo. Llevaban 10 minutos de la segunda parte y necesitaba saber cuál era el resultado. En ese momento sí funcionó Internet, 1-0. Desvelado y mosqueado probé suerte con la radio y ahí tenía a los de la Cope retransmitiendo. Entre que el Real Madrid nos dio un baño, y que cuando escuchas un partido por la radio, parece que hay peligro hasta cuando el portero saca de portería, estuve con el corazón encogido durante media hora. Los dos goles me dejaron ya muerto. Y con el 3-0 me acosté de nuevo para levantarme dos horas más tarde.

Lo cierto es que tener una excursión como la que teníamos al día siguiente hizo que me recuperara rápidamente del varapalo. Desayunamos con Alicia y Denis y a las 8:30 ya estábamos en el barquito del pescador, que venía con su hijo pequeño y con su ayudante.

Pese a ser diferente tour a de El Nido o el de Corón, también aquí pudimos disfrutar de increíbles arrecifes, corales y hasta pequeños needle fishes en nuestra primera parada.

 

El mundo submarino es...otro mundo ??(y si, lo de atrás es una ballena...) #pezespada #underwater #swordfish

Tras disfrutar de fauna y la flora marina, llegamos a una pequeña isla dónde nos prepararían la comida. Allí nos mostraron un pequeño camino a través de la cual, podíamos llegar a una playa totalmente desierta, la Máxima Beach. Fuimos los únicos que atravesamos ese camino y no nos pudimos creer que una playa como esa estuviera totalmente vacía. Sin dudarlo dejamos las cosas en la arena blanca y nos dimos un baño en esa agua transparente.

denis y alicia maxima beach

Son en momentos como esos cuando uno se pregunta porque no puede quedarse ahí de por vida. Empiezan los sueños de montar algo en sitios paradisiacos, o incluso en montar un hostal “boutique” en Málaga y disfrutar de ese tipo de vida.

Nos despertamos de aquel sueño y volvimos para comer. Cómo en todas las excursiones que habíamos hecho, ahí teníamos la ración de pescao, arroz y pollo, a comer con las manos “filipino style”. Saciados, nos echamos 15 minutos en la sombra de las palmeras hasta que me desperté con mis propios ronquidos y nos volvimos a montar en el barco.

 

Disfrutamos de nuevo del snorkel y conseguimos dar con tortugas, en esta ocasión conseguimos fotos super. Lo que habría dado por poder respirar bajo el agua.

Hello there! No decían que eras lenta? ? #turtle #underwater #freedive

Así fue como emprendimos rumbo de vuelta, no sin antes hacer una última parada donde había decenas de estrellas de mar en la arena. Había que tener cuidado con no pisarlas. Era complicado entender no sólo cómo podía haber tantas, ¡si no lo que hacía alguna de ellas! ¿Estirarse, poner un huevo, caminar? Juzgad vosotros mismos.

estrella mar

Estos tours nunca decepcionan, así que llegamos a casa cansados, con algo más de color y felices.

Nos dimos una ducha rápida, y mientras intentaba conseguir algo de conexión desde la puerta del hostal, me encontré con Humberto y Bea. Esos encuentros me recordaron a cuando de pequeño ibas a la pista de fútbol que, sin necesidad de llamar a nadie, sabes que te vas a encontrar con todos los chavales con los que te quieres encontrar… La magia de los pueblos pequeños en los que la falta de Internet te hace salir a la calle y conseguir desconectar, pero conectar con los que tienes en ese momento cerca.

Quedamos para cenar y ahí que nos juntamos de nuevo los seis para meternos unos spaguetti carbonara entre pecho y espalda. Eran tan grande las raciones del bar de las banderitas, que Bea y yo pedimos tan sólo un plato. Nos sobró. El día no dio para más, reventados, nos fuimos todos para casa a dormir.

Esa noche la electricidad duró menos de lo esperado. ¿Qué cómo lo sé? Porque el ventilador deja de funcionar y el calor te despierta con una bofetada. Después llega el gallo, a eso de las 4 de la mañana para recordarte que estás en plena naturaleza, y la luz natural se adentra por la ventana a eso de las 6. Había quejas en tripadvisor por todas esas cosas, a mi lo que me provocaron fue una sonrisa, que me diera la vuelta y encontrarme a Bea con los ojos abiertos. Los dos ya estábamos despiertos y no teníamos la necesidad de seguir durmiendo.

Nos fuimos a desayunar unas buenas tostadas con un zumo de piña y con las pilas recargadas, nos fuimos a descubrir dos playas de las que todo el mundo hablaba maravillas: La White beach y la Coconut Beach.

Para llegar allí, tuvimos que cruzar un pequeño rio que se formaba con la marea alta. De hecho, ese río no era tal el primer día que llegamos, ya que en aquel momento la marea era baja, por lo que me atreví a meterme y cruzarlo a pie. El agua llegaba a mi cintura, y con la mochila en lo alto de mis brazos conseguí cruzarlo, no sin tener algún susto al pisar rocas resbaladizas del fondo con mi todavía maltrecho tobillo.

El camino a las playas fue una pequeña aventura. Había que cruzar una pequeña selva y subir caminos de tierra sin saber realmente si íbamos por el camino correcto o no. Dimos con una pequeña niña filipina, que desde el fondo empezó a gritarnos “here, here!”. Confiamos en la pequeña y seguimos sus indicaciones, no sin que dejara de pedirnos galletas, chocolate o algún dólar que otro.

Después de 45 minutos caminando dimos con la Coconut Beach. Cientos y cientos de palmeras verdes que nos hipnotizaron a distancia. En la playa sólo había una pequeña cabaña donde habitaba una familia, la cual nos llamó para mostrarnos su pequeña mascota: un escorpión la mar de cariñoso…

Eso hizo que no dejáramos de mirar el suelo mientras paseábamos por la orilla hasta llegar a la otra punta de la playa, nos dimos la vuelta, y esto fue exactamente lo que vimos.

 

Mi ídea del paraíso es algo así... #portbarton #kiennoarriesganogana #philippines #coconutbeach #paradise

En cuestión de segundos el cielo se volvió gris. Eso exactamente es lo que habíamos vivido en El Nido cuando la tormenta se hizo con nosotros en aquel maravilloso paseo en moto.

Con la lección aprendida decidimos darnos la vuelta, en vez de intentar llegar a la White beach saltando de roca en roca por el atajo que otros habían tomado. Sabia decisión ya que en menos de cinco minutos un nuevo diluvio universal se hizo con la isla.

Rápidamente guardamos todo en la mochila impermeable, y seguimos caminando, por lo que consideramos la ruta segura, hacia la White beach. La lluvia y el viento hacía que los árboles y las palmeras se menearan de un lado a otro. Era como si estuvieran bailando. Aquí no sólo mirábamos al suelo (por si nos encontrábamos con algún escorpión como el que nos acababan de presentar), si no que también mirábamos al cielo por si algún coco, rama o pequeña piedra caía desde lo alto.

Con estas rudimentarias precauciones, y con la estampa de ver los relámpagos caer en el mar, llegamos empapados a la famosa White beach. Nos refugiamos en el bar y disfrutamos de la tormenta cerveza en mano.

 

Aprovechamos el momento de parón para tumbarnos en las hamacas estratégicamente situadas y entonces emprendimos el camino de vuelta.

No sé muy bien cómo, conseguimos pasar la coconut beach pero poco después nos perdimos. Nos adentramos por el camino donde pensábamos que habíamos venido, pero dimos con un pueblo lleno de gente local. Era como si hubiéramos descubierto una nueva tierra.

Una mujer en cuclillas parecía que partía hojas de palmera consiguiendo hacerlas extremadamente finas. Al fondo nos encontramos 3 o 4 hombres que se bajaban de una pequeña barca, y fue cuando nos íbamos acercando cuando vimos dos enormes cerdos sueltos comiendo del suelo. Sin querer mirarlos fijamente, como si de la mujer del exorcista se tratara, decidimos acercarnos a los pescadores para que nos indicaran el camino de vuelta. Entonces dos perros empezaron a correr hacia nosotros mientras ladraban y enseñaban los dientes. Fue entonces cuando me acordé de aquella puta vacuna que había decidido no ponerme: la rabia.

Cuando los teníamos a dos metros me los intenté ganar a base de llamamientos ñoños con tono amigable “hola perritooo” “besos sonoros” y un sin fin de gilipolleces que me salieron en aquel momento. Con el deseo de haber visto más capítulos de Millán, el adiestrador de perros, seguí caminando como si el perro no estuviera ahí, y por arte de magia dejaron de ladrarnos.

Con un poco de susto en el cuerpo, llegamos a los pescadores, que se subían en una camioneta. Su inglés era bastante pobre, pero entendió mi pregunta: Para ir a port barton, podemos acortar por aquí? Señalando a la playa de la que venían.

Me dijo que sí, pero lo noté que se quedó con ganas de decirnos algo más. Su pobre inglés creo que lo dejó a medias, pero educadamente le di las gracias y seguimos nuestro camino.

No la teníamos todas con nosotros, ya que la playa finalizaba, dando a unas pequeñas rocas que estaban en el agua y que hacían como esquina. Lo que esperábamos era que, tras rodear esas rocas, otra playa nos recibiera para ya así llegar a nuestra playa.

Empezamos a caminar, Bea por las rocas algo resbaladizas para mi gusto (y mi tobillo), y yo, inteligentemente, caminando por el agua. Despacito, pasito a pasito, suave suavecito. Como a Fonsi le gusta, me fui adentrando hasta que noté un fuerte latigazo en la pierna.

“Ahhhhhh, joderrrrr” me salió un grito nada amigable.

Rapidamente saqué la pierna del agua, me di la vuelta y empecé a rehacer todo el camino que había hecho, esta vez nada despacito… Sólo me salían insultos, y aunque tenía claro que me había picado una medusa, en ningún momento eso fue algo que dijera en voz alta. Bea, que no tenía ni idea de lo que estaba pasando, se dio la vuelta nerviosa preguntando que qué había pasado: araña marina, serpiente con aletas, tiburón roca, micro ballenato… todas las especies habidas y por haber pasaron por su cabeza, menos la medusa.

Ya en la arena, el cuerpo me pidió rozarme con la arena de la playa en la zona dolorida. De ahí pude sacar los tentáculos de la medusa y comprobar lo bien que quedaban sus marcas en mi piel.

¿Quizás eso fue lo que aquel local me quería haber dicho pero no llego a decir? Nunca lo sabré. Lo que si sabía es que ya habíamos investigado lo suficiente. Volvimos hasta el camino principal, y empezamos a andar confiando en que era el camino adecuado. Por fin, reconocimos el terreno.

Dimos con la casa de aquella niña que en la ida nos ayudó. En esta ocasión estaba con otros dos niños. Se les veí en la cocina de su casa, con el fuego encendido y sin ningún adulto. Pasamos de largo, y cuando nos encontramos a 200 metros, empezamos a escuchar unos gritos desgarradores desde la casa. La niña pequeña, salió llorando de la casa en nuestra dirección. Con el cuerpo cortado, intentamos entender qué le pasaba, pero lloraba y lloraba con más fuerza. Su hermana, desde la casa miraba seria, pero no se inmutó. Le preguntamos de mil maneras diferentes, e intenté ver si podía ser alguna quemadura pero la niña siguió de largo. Nos dimos la vuelta, y nos encontramos 4 cerdos salvajes mirándonos fijamente, igual eran jabalíes. La niña había debido asustarlos, pero por alguna razón nos miraban a nosotros. Como empiecen a correr hacia nosotros la hemos cagado, pensé. Teníamos que pasar cerca de ellos, para poder llegar a nuestra playa y terminar de cruzar la jungla, así que sigilosamente seguimos adelante sin que nos atacaran.

Lo peor había pasado, llegamos de nuevo al río, y esperando que no hubiera más medusas, cruzamos hasta nuestra playa.

Sanos y salvos nos habían dado las 16:30 de la tarde. Nos habíamos merecido una ducha fría y un buen plato de comida y una cerveza.

Las últimas horas de luz de nuestro último día en Port Barton las aprovechmos para recorrer sus cuatro calles y para ir a la otra punta de la playa, donde contemplamos este maravilloso atardecer, y donde comprobamos cómo debajo de esa arena debía haber unos puentes subterráneos que ni el metro de Londres. Con millones de agujeros desde donse salían cangrejos de todos los tamaños, jugamos a intentar fotografíar a alguno sin demasiado éxito.

 

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Con la noche ya echada, nos tomamos unos rones en la orilla, dónde nos juntamos con los 4 fantásticos y allí los 6 volvimos a arreglar el mundo entre copa y copa.

Eso era todo lo que había dado de sí Port Barton, nos fuimos a la cama, sabiendo que aquel maravilloso lugar, en unos años, no volverá a ser lo mismo, pero nos sentimos afortunados de haber podido verlo con nuestros propios ojos antes de que fuera demasiado tarde. Estas imágenes, jamás las olvidaré.

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